- La nueva película de Adrián Suar en Netflix pone el foco en este problema colectivo.
- La conexión permanente puede llevar a un desprecio por el otro en los adultos y a dificultades sociales en los más chicos.
“Disculpame, tengo que mirar el mensaje que recibí. Si no lo hago, no me puedo concentrar en la sesión”. Las paciente interrumpe su terapia porque la ansiedad que le produce no saber al instante qué había llegado a la pantalla de su smartphone es más fuerte que el trabajo que está realizando frente a su psicoterapeuta.
La escena, que se replica en diferentes ámbitos, describe el fenómeno del phubbing o ningufoneo: despreciar la interacción con el otro por darle prioridad al uso del celular. También se refleja en la trama de “No puedo vivir sin ti”, la nueva película de Netflix protagonizada por Adrián Suar, que adapta la problemática al contar cómo la dependencia obsesiva al celular puede privar a las personas de momentos importantes y compañías necesarias.
La tendencia parece no tener límites. Pero Adriana Guraieb, psicoanalista miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), subraya la importancia de implementarlos porque las consecuencias psicológicas pueden ir en desmedro de la propia autoestima y generar una respuesta en espejo, es decir, reproducir la misma conducta de ignorar al interlocutor, normalizando el desprecio hacia el otro.
El phubbing se considera una forma de adicción porque la persona tiene una necesidad constante de estar conectada al celular. A medida que transcurre el tiempo, el comportamiento puede volverse compulsivo y difícil de controlar.
La fragilidad de los vínculos
Ignorar a quien tenemos enfrente para mirar el móvil impacta negativamente en la calidad de los afectos, tornándolos accesorios, en algo que termina considerándose no “tan importante” como las notificaciones del celular. “En lugar de hablar de lo que les sucede, muchas parejas optan por el 'facilismo del escape' que les ofrece el 'ninguneo telefónico' y evitan abordar el conflicto. Pero, en realidad, esta huida lo profundiza”, ilustra Guraieb.
Es que este comportamiento afecta las relaciones sociales porque va cortando la intimidad emocional y soslaya las conversaciones significativas que son relevantes para profundizar en la confianza que se tiene con otra persona. La urgencia predomina y la espera dispara la frustración de quienes están absorbidos por el aparato, cuando no pueden hacer uso del mismo.
Aislamiento y desconexión
Los casos más graves que aparecen por el mal uso del celular son aquellos de ansiedad generalizada, que en algunas ocasiones deriva en depresión, un cuadro en que la persona no puede gozar de las actividades sociales que antes disfrutaba porque prefiere pasar su tiempo libre “encerrado” en su smartphone.
También afecta a la infancia. Hoy, los nenes tienen menos habilidades sociales para las interacciones personales y eso les genera mayor ansiedad. En bares, recreos y cumpleaños, Guraieb observa con frecuencia cómo los niños naturalizan el enfrascamiento en el móvil en detrimento de desarrollar y potenciar habilidades sociales, de comunicación y cooperación. “Crecen observando cómo los padres o sustitutos atienden más el teléfono que ellos y por identificación copian la misma conducta”, define.
El phubbing sintetiza un problema colectivo que nos mantiene alerta frente a las notificaciones que recibimos en el celular. El resultado son relaciones superfluas y una dependencia extrema al celular como si fuera una extensión del propio cuerpo. No todo pasa por las redes. La vida existe fuera de la pantalla.
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