La angustia de los padres porque los hijos se van del hogar ahora se genera porque se quedan
El síndrome del nido vacío que suelen sufrir las parejas cuando los hijos crecen y abandonan el hogar está dando un paso al costado para dar lugar a su contrario: el síndrome del nido lleno. Cada vez son más los hijos que no se van o, después de unos años de independencia, vuelven a la casa paterna, a veces con pareja e hijos propios. Y los padres, en vez de tener que acostumbrarse a las ausencias, padecen la casa repleta.
Según una investigación de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), el 74,5% de los hijos de entre 18 y 35 años reside en la casa paterna. No es un fenómeno local; en España sucede lo mismo con casi el 80% de los menores de 30, de acuerdo a datos difundidos por el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud.
Como sostienen los expertos, “el nido lleno” tiene varias causas: el desempleo o un salario precario que no alcanza para solventar los gastos y un alquiler, las comodidades que supone el hogar familiar, priorizar el consumo a la independencia, la adolescencia extendida (hasta los 26 años según la OMS) y la extensión del tiempo educativo a través de cambios de carrera o posgrados.
“Existen círculos familiares en los que a los padres se les dificulta mucho pensar en la posibilidad de ‘soltar’ a sus hijos, dadas las dificultades económicas y el estado de inseguridad social y laboral que viven los jóvenes en la actualidad”
“El nido lleno nos lleva a pensar en cómo la situación del país puede repercutir en los diferentes funcionamientos familiares”, dice la psicóloga María de Jesús Ferrero, y agrega: “existen círculos familiares en los que a los padres se les dificulta mucho pensar en la posibilidad de ‘soltar’ a sus hijos, dadas las dificultades económicas y el estado de inseguridad social y laboral que viven los jóvenes en la actualidad. Son padres que se sienten más tranquilos si pueden prolongar lo más posible el control sobre ellos. En este sentido impiden a sus hijos recurrir a sus propios recursos para salir a la vida y enfrentar los obstáculos que vayan surgiendo”.
El caso de los jóvenes (el fenómeno del nido lleno afecta más a hombres que a mujeres) que no dejan el hogar paterno por comodidad o por priorizar el consumo a la independencia puede explicarse con lo que se conoce como el “síndrome Peter Pan”. La psicóloga Adriana Guraieb, en su libro ‘Y usted...¿qué tiene que ver con lo que le pasa?’, cuenta que se trata de personas inmaduras emocionalmente, que pueden ser irresponsables, sumamente centradas en sí mismas y con dificultades para mantener los compromisos contraídos.
“Viven en la convicción de que son personas especiales y consideran que tienen el atributo de haber llegado a este mundo para recibir y no para dar...Se trata de personas a las que la comodidad las atrapa sobremanera”, dice Guraieb.
BOOMERANG GENERACIÓN
Por otra parte, también está lo que se conoce como “generación boomerang”: después de haber vivido un período por su cuenta vuelven a la casa paterna. Generalmente los motivos del regreso son económicos (pérdida del trabajo) o luego de un divorcio. Mientras que en algunos casos los afectados se sienten frustrados al verse obligados a volver a su antigua habitación, otros lo eligen por una cuestión de comodidad.
“En nuestra cultura sigue teniendo vigencia el ideal mítico de ‘amor incondicional’ de los padres hacia sus hijos. Si bien este ideal es adecuado en el caso de hijos pequeños (primer año de vida: te amo aunque me hagas pis encima), bien mirado ya es de imposible cumplimiento a poco andar”, dice la licenciada Irene Loyácono, miembro de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), y advierte que “el amor incondicional encierra un grave peligro por su proclividad a favorecer el sometimiento por parte del amante y la explotación por parte del amado. El amor generoso es aceptante, respetuoso, comprensivo, paciente, alegre, inteligente, continente y sabe poner límites a los abusos”.
La especialista sostiene que en un desarrollo normal, a medida que los hijos van creciendo y ocupando más lugar (físico y simbólico), se van haciendo más cotidianas las necesidades de negociar las reglas y sus modificaciones entre padres e hijos.
“En la adolescencia esto es más notorio. La convivencia empieza a ser más conflictiva dado que los adolescentes ya tienen sus propios criterios y son críticos de las formas de vivir de sus padres (“en el mejor de los casos, ya que podría ser peor que adoptaran sin chistar la ley de sus padres)”, describe Loyácono, y plantea que llega un momento en el que tanto padres como hijos están deseando que se den las condiciones para que ese hijo deje el hogar parental.
“Pero algunas veces -sigue Loyácono- los hijos están muy instalados en el hogar parental y parecen no darse cuenta de que tienen que hacer su propio camino.
“Son adolescentes infantilizados, dependientes, que siguen idealizando las figuras parentales como fuente de toda razón, justicia y abastecimiento. Los hijos de clase media suelen confundir los derechos del niño con derechos del hijo, y suponen que los padres tienen que mantenerlos y proveerlos indefinidamente. Para estos hijos, los padres son entonces funciones y no personas”, dice Loyácono, y agrega que “en las clases acomodadas aparece como una responsabilidad de los padres: tienen que comprarle (o por lo menos alquilarle) un departamento para que el nene o la nena se vayan a vivir por su cuenta”.
En los casos de “nido lleno” con frecuencia surgen sentimientos y discursos contradictorios: por un lado aparece la queja constante de los padres mezcladas con pruebas de amor y de aguante parental.
La culpa y el agobio serían los dos sentimientos que más afectarían a los padres: “En la clase media está mal visto el ultimátum ‘tenés que ir a vivir solo o sola’, queda connotado como ‘abandono’, rechazo y falta de amor”, señala Loyácono, y afirma que por otro lado los padres sienten la casa ‘tomada’ por sus hijos grandes y se agobian al no poder poner sus propias reglas.
“En la clase media está mal visto el ultimátum ‘tenés que ir a vivir solo o sola’, queda connotado como ‘abandono’, rechazo y falta de amor”
En este sentido Ferrero sostiene que “pueden existir casos en donde sean los propios padres los que se sienten útiles de poder contener a sus hijos en un momento difícil”. Y plantea que para la buena convivencia en el hogar parental es fundamental que los hijos respeten las rutinas de los padres.
Como describe Loyácono, los padres atraviesan una edad madura y por lo general tienen proyectos personales que quisieran retomar luego de haber completado la crianza y post jubilación. “O simplemente tienen ganas de dedicar energías (físicas y económicas) a sí mismos (darse gustos, viajar, estudiar, vivir sin ataduras). Y estos hijos que no parten son obstáculos para estos planes. El ideal de padres amorosos torna en culpa por la hostilidad que provoca aquella frustración”, dice.
Ferrero diferencia dos situaciones. “Existen padres que se han quedado solos por una separación o por enviudar y, como no tienen proyectos propios, centran sus actividades en satisfacer las demandas de sus hijos o sus nietos y muchas veces encuentran una excusa con el objetivo de prolongar la estadía de ellos en el hogar”, afirma la especialista, y diferencia que “en otros casos, son los hijos los que no son conscientes de la necesidad que tienen los padres de volver a estar solos para recuperar la intimidad de la pareja y proyectar solamente de a dos”.
¿COMO SOBRELLEVAR EL NIDO LLENO?
Las especialistas coinciden en que para una buena convivencia es fundamental que se establezcan reglas claras que todos respeten. “Es importante tener claros los derechos de todos, sobre todo los de los padres. Estos ya han cumplido su tarea de crianza, han realizado sus esfuerzos y sacrificios, y tienen derecho a retomar su vida y vivirla según su leal saber y entender, para eso son autónomos”, dice Loyácono.
En este sentido la especialista remarca la importancia de transmitir a los hijos los derechos de los padres y revisar cuidadosamente el mito del amor incondicional. “Es importante saber decir que no a los hijos cuando sus pedidos resultan abusivos. Hemos educado a nuestros hijos mucho en derechos, poco en obligaciones y menos en agradecimiento”, sostiene.
Según las especialistas, sería clave establecer normas claras de convivencia y que los padres no resignen el papel de dueños de casa.
“Es importante hablar y volver a hablar de las dificultades de la convivencia, de los criterios de orden y del derecho de los dueños de casa a poner sus normas”, concluye Loyácono.