Nos aburrimos. Un hombre de 46 años comentó ante sus amigos: “Para tener relaciones con mi mujer tengo que hacer un esfuerzo... La quiero pero no la deseo como antes. Evado cualquier momento de intimidad con ella. Sé que eso nos está separando de alguna manera. Y se me van las ganas de todo”.
“La apatía o falta de deseo sexual afecta tanto a hombres como mujeres y se caracteriza como una desmotivación a la hora de hacer el amor y un efecto negativo para cualquier tipo de estimulación, ya sea autoerótica, videos porno, lencería u otra situación, que resulta anodina”, explica la psicoanalista Adriana Guraieb. Según la especialista, no es un dato menor el aburrimiento en la pareja (sea una pareja sexual o una estable) en cuanto a los mismos rituales, la misma previa, las mismas posiciones en la cama; en definitiva, una rutina conocida que, repetida una y otra vez, quitando creatividad y estimulación, empobrece cualquier encuentro.
La especialista propone hacerse algunas preguntas: ¿contás los días que pasan entre una relación sexual y otra?, ¿cuando tu pareja se acerca, te sentís acorralado o acorralada?, ¿sentís culpa si no accedés a tener relaciones?, ¿tenés un repertorio de excusas a la hora del sexo?, ¿vas preparando el camino para hacerle saber al otro que estás enloquecido o enloquecida con el trabajo?, ¿considerás que podés vivir sin sexo?, ¿te genera fastidio el inicio de los juegos amorosos?, ¿organizás los horarios para que no coincidan despiertos en la cama?, ¿te atrae más la idea de tener sexo con otra persona?, ¿hablan poco de sexualidad en la pareja?. “Si la mayor cantidad de respuestas son positivas, entonces estamos complicados. La apatía puede ser el síntoma de un malestar en el vínculo o algo más severo, como una depresión.”
Apenas una década atrás, o un poco más, los temas de alcoba no salían a la luz. No, al menos, con la apertura con la que se exhiben hoy. La gente habla más de lo que le pasa. La mujer, además, al salir al mercado laboral, ganar espacios que antes eran privativos de los varones, generó la posibilidad de expresar su sexualidad, lo que quiere y le gusta.
Por supuesto, las brechas generacionales existen y hacen la diferencia. Los que andan por los veintipico naturalizaron las preferencias sexuales. En los de treinta y tantos, y mucho más cuando pasaron los cuarenta, todavía suelen permanecer rémoras de una educación represiva, que puede actuar como disparador del deseo que se va apagando o nunca se encendió del todo.